viernes, 4 de abril de 2008

¿YO NO SOY TONTO?




Creo que a todos nos suena esta afirmación como slogan de una conocida marca de distribución de electrodomésticos.



La publicidad ya era pésima con esos horribles anuncios en que los dependientes trataban de tomar el pelo a los clientes, que no incitaban en absoluto a ir a comprar allí, ya que daba la impresión de que aquello iba a estar lleno de quinquis (por cierto, que en más de una ocasión fue así).



Pero ahora, con el último anuncio en el que aparece un hombre de aspecto desagradable que, al preguntar en tiendas de la competencia sobre el precio de un producto parece tener experiencias orgásmicas al compararlos con el precio de la tienda sujeto del anuncio, además de dañar la inteligencia de nosotros, los consumidores potenciales, nos dañan nuestra sensibilidad. Completamente repugnante.



Ojo, con esto no estoy diciendo que esté en contra de los anuncios que utilizan como reclamo algún aspecto de la sexualidad, si no que me manifiesto totalmente en contra de este atentado contra en buen gusto.



Se supone que mediante la publicidad la empresa tiene que tratar de vender, para ello debe demostrar que su producto es de mayor calidad, que es una empresa con principios y valores acordes con la sociedad o que su producto es igual que el del resto de la competencia pero sencillamente su precio es más barato, lo que en el campo empresarial se conoce como Competir en costes versus Competir en diferenciación.



Hoy por hoy la mayoría de la publicidad no vale nada, ni por creatividad ni por conseguir el objetivo que en teoría tiene, pero cada vez que veo este anuncio me pongo de los nervios, como dicen por el norte, se me cuecen los higadillos cuando veo a tan esperpéntico ser.



Señores responsables del anuncio: les felicito por vender algo tan patético, señores de la marca distribuidora de elctrodomésticos: NO DAÑEN MÁS NUESTRA SENSIBIDAD.


¿Queda algo de moral, o es que nunca la ha habido? ¿Todo vale?

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