jueves, 29 de enero de 2009

Taxi!!


Algo que se me olvida con gran facilidad es la templanza con la que debo tratar de afrontar mis situaciones cotidianas.


Me resulta habitualmente difícil, todo me lo tomo muy a pecho, todo me afecta profundamente especialmente lo que hiere, es verdad que no me dura demasiado ya que soy de temperamento cambiante, pero mientras dura soy la más infeliz del mundo, en cambio cuando algo me agrada soy muy muy feliz aunque sea por unos instantes.


El otro día me invadió la infinita frustración por una pelea que tuve con un taxista, no es mi ánimo generalizar ni ofender pero me parece que están un poco fuera de lugar sus comportamientos. Mi firme decisión: no volver a coger un taxi aunque bien es verdad que en una situación uno me ayudó mucho y sin esa ayuda no hubiera podido llevar a buen término la árdua tarea que me traía entre manos.


Tenía que subir 1 piso por la escalera a un peso de 75 kilos demasiado borrachos como para sostenerse en pie, conseguir meterlo en la cama. Entonces teníamos unos 16 o 17 años y bebíamos como sólo se bebe a esa edad o como cuando se tiene un problema con el alcohol. El taxista se pensaba que la masa inconsciente era mi novio e imagino que le daba pena. Eso sí, de un grupo de unas 5 personas nadie más que el taxista vino ayudarme con la masa...


En fin, la excepción que confirma la regla de que los taxistas no son muy caritativos, porque engaños, torpezas y acelerones, creo que los hemos pasado todos, pero ¿miedo? sí, en dos ocasiones.


La primera cuando iba a la cena de empresa, era un recorrido de 20 minutos, al tío le daban unas sacudidas tremendas cada 6-10 segundos, que empezaban en el hombro y terminaban en la cabeza, y claro el coche se desviaba a cada sacudida. Un miedo.....


La segunda y última, la semana pasada cuando un taxista para salir antes que yo en el semáforo invadió totalmente el sentido contrario y se apostó de tal forma que yo no podía entrar en el túnel que tenía a la izquierda. Mi venganza fue dar por culo con las luces largas puestas, ante lo cual redujo la velocidad con la intención de que le adelantara, cosa que yo no quería pero lo hice y el tío se puso a despotricar cual becerro en celo, pegó un acelerón y se fue. Yo fui despacito, despacito por si en el semáforo de fuera del túnel nos tocaba esperar a los dos y se encaraba conmigo (cosa que ya me ha sucedido).


Esta es mi triste historia, y el motivo por el que en la calle no simpatizo con los taxistas.
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No es algo personal sino cuestión de civismo.

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